martes, 16 de mayo de 2017

SEGUNDAS PARTES

Dicen los entendidos que segundas partes nunca fueron buenas. La sombra del pasado incide directamente en cómo es el actual estado de la cuestión: los días más creativos dieron paso a un erial sentimental que arrasó con todo, que dejó todo inerte y descompuesto hasta niveles hasta entonces desconocidos. Entonces, atravesé un desierto que ha durado exactamente diez años, diez años en los que nada tuvo una importancia decisiva, en la que las noches y los días se sucedieron sin un sentido determinado, sin una categoría de experiencia que mereciese la pena ser tenida en cuenta o apenas comentada. Ahora, cuando me acerco a los textos de entonces, me doy cuenta de lo interesante del asunto: ligeras píldoras pop llenas de reseñas inteligentes, estados de ánimo dibujados con exactitud obsesiva en líneas demacradas por el curso de los acontecimientos, maniobras de escapismo (como dirían los chicos de Love of Lesbian) de un mago inexplorado aún para sí mismo, pero que ya dejaba ver todas las posibilidades y todas las categorías del desastre. Quizás todo aquello, ahora, los textos, las experiencias, merezcan una segunda oportunidad, una segunda lectura más detallada que desnude los entresijos que quedaron ocultos en la apresurada huida hacía tierra de nadie que significaron aquellos días de vino y rosas, aquellos malditos días que acabaron con mis huesos en el asfalto o extraviado en los pinares griegos de la soledad y el desencanto, en el extrarradio de la ciudad dormitorio que siempre permaneció dormida mientras, al otro lado, justo enfrente, una mujer extraña asesinaba a un niño. Hace unos días le comentaba a mi buen amigo Ángel Grasa que yo había perdido gran parte de mi vida estudiando la filosofía de Ludwig Wittgenstein. Ángel, mucho más viejo y mucho más sabio que yo, me dijo que yo estaba equivocado. No, no había perdido el tiempo estudiando a Ludwig, ni imitándolo hasta la saciedad como suelen hacer inconsciente o conscientemente todos sus discípulos, jugando con sus escritos o con su biografía hasta límites insospechados. Quizás Ludwig, ahora, también se merezca una segunda oportunidad, una segunda lectura que haga verdadera justicia de la importancia que sus enseñanzas han tenido en mi vida. Quizás segundas partes nunca fueron buenas, pero ha llegado el momento de experimentarlo por mí mismo, de saber si merece o no la pena volver sobre todo aquello de nuevo, regresar a la máquina del tiempo que se detuvo intacta en un lugar de la travesía, a la cabaña de Skjolden donde se discute con Dios a oscuras, a la cápsula espacial de los viajes especiales que se extravió en la oscuridad de una noche eterna, a la rosa azul de Ámsterdam que clavó en mi carne tierna espinas de un metal desconocido que me dejaron extrañamente mudo, vacío, consumido.

SEGUNDAS PARTES

Dicen los entendidos que segundas partes nunca fueron buenas. La sombra del pasado incide directamente en cómo es el actual estado de la cue...